Ella se encontraba sentada e inmóvil mientras la imagen aparecía de repente en la pared y escuchaba las palabras del pastor.
«Una semilla, tan pequeña y aparentemente insignificante, tiene un potencial increíble».
Se le pararon los pelos de punta mientras una sensación de escalofríos recorría por su cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies.
Todo ese potencial almacenado en algo tan diminuto. Todo ese material genético escondido en algo que te sacudirías de la mano sin pensarlo dos veces. Todo ese potencial para dar vida, crecimiento y fruto.
¿Cuántas veces ella se ha tratado de esa forma, viéndose como alguien insignificante?
Lo cierto es que ella no es la semilla. Ella es la tierra. El poder se encuentra en la semilla, pero solo cuando esta se siembra en tierra que ha sido labrada y regada adecuadamente, sin presencia de espinas ni piedras.
Tengo ese potencial dentro de mí, pensó, maravillándose del milagro del evangelio. Dios ha sembrado su Espíritu dentro de mí.
Cuando mira una planta, no se fija ni le da importancia a la tierra. Ella mira los delicados pétalos de una flor, su fruto, las gráciles curvas de las hojas, o la gran solidez del tronco de un árbol. Solo lo que está arriba, solo lo que está a plena vista.
Pero se trata de lo que no puede verse. De los nutrientes que ella consume cuando está sola y nadie la ve. Puesto que, con todo ese potencial, ¿cómo esta semilla puede vivir y dar fruto cuando su tierra está árida y el viento se la lleva?
Si cambia la receta, si cambia esos ingredientes en la tierra de su vida y si saca las rocas y espinas y labra el terreno arduo, podrá alcanzar su potencial. La semilla que está dentro de ella, esa semilla llena de poder crecerá, dará fruto y exhibirá belleza, gracia y fortaleza. Esa semilla le da significado a su vida. Esa semilla la está llamando. Ella la escucha. La recibe y se esfuerza en librar su potencial.
Traducido por Renzo Farfán