Era la última caja. No podía creer que nada se haya roto ni perdido. Todas esas frágiles copas de vino y las hermosas y delicadas tazas para té chinas perfectamente intactas luego de tres meses en altamar y varios desembarques.
Señor, hasta el día de hoy tú te has encargado de nosotros y de nuestros bienes. ¡Tu cuidado hacia nosotros en increíble!
Abrimos la última caja y levantamos el último paquete que faltaba. Se escuchó algo roto. ¡Oh, no! La taza de Volkswagen estaba hecha pedazos.
Pero ¿por qué, Señor?, ¿por qué esta?, ¿por qué esta última?
«No importa, mamá, no la voy a extrañar» —dice la dueña de la taza.
Pero sí importa.
Ella se da vueltas en la cama para luego levantarse por el zumbido de los zancudos que no la dejan dormir.
Hija mía, ¿acaso todo tiene que ser perfecto?
Las historias terminarían mejor, responde ella.
¿Eres perfecta?
Se pone a pensar en todas sus luchas y fallas diarias. La frustración, la cólera y el dolor que ella causa.
No, para nada soy perfecta.
Hija, las mejores historias son producto de las luchas, el quebranto y el dolor. ¿Me dejarías escribir la tuya?
Ella se pone a pensar en sus hijos, en cómo le gustaría controlar todo, hacer que la vida sea fácil para ellos y no verlos sufrir. ¡Cómo le duele verlos sufrir!
En las manos sostiene la taza rota, aún envuelta en papel.
Pero nunca cumplirá su propósito, piensa ella.
¿No te das cuenta? Ese era su propósito. Que se rompa para librarte del afán de ser perfecta. Para librarte del querer una vida perfecta para tus hijos.
Aférrate a tu propósito de ser quebrantada. Ella ve los brazos extendidos. Este es mi cuerpo, quebrantado por ti. Ella ve el recipiente roto, incapaz de contener vida. Esta es mi sangre, derramada por ti.
Toma, come, bebe, recuerda y cree.
La resurrección, la libertad y la vida provienen de cosas rotas. El Único que es perfecto, quebrantado por todas las imperfecciones.
Yo lo creo.
Traducido por Renzo Farfán