Ella se encuentra dubitativa frente al teclado, deseando no encontrar las palabras.
Lo que extrañará de ellos es su piel.
Todos se veían igual la primera vez que llegaron; así como dicen que todos los gringos se parecen. Es una broma recurrente en la familia.
«¿Cómo son?», se pregunta al tratar de identificarlos.
«Piel morena, cabello oscuro, ojos marrones», siempre la misma respuesta.
Cada uno de ellos es ahora mucho más que una piel morena. Cada uno tiene un nombre y algo único y especial que ha contribuido a la vida de ella.
Un cálido abrazo. Un saludo con un beso en la mejilla. Un emocionado apretón en el brazo. Un brazo colgado del hombro. Una cordial palmada. Un empujón desprevenido.
Son demasiados. Los nadadores, los triatletas, las familias del colegio, las células, la iglesia, los vigilantes que cuidan los vecindarios, la mujer que vende flores en el mercado.
Las manos entrelazadas. Las cabezas agachadas. Los corazones llenos de pesar. Llevando dolor, preocupación, sufrimiento, gozo y esperanza a Aquel que lo sabe. Las manos entrelazadas. No se quieren desprender.
Esas lágrimas saladas empiezan a brotar. Ellas destilan con libertad en la mesa mientras la hermosura de esas manos entrelazadas aprieta su corazón.
Señor, entrelaza firmemente estas manos morenas.
Y mientras comienzan esos últimos abrazos y besos de despedida, ella sabe que no solo es piel lo que extrañará. Pues esas manos son mucho más que piel, Y es ese mucho más lo que llevará adondequiera que vaya. Permanecerán con ella por siempre y para siempre.
Traducido por Renzo Farfán