No apto para ingresar a las fuerzas armadas. Con esa declaración, los sueños de su hijo se hundieron en lo más profundo de su corazón. Él tiene asma.
“Siento como si nada grande en mi vida está yendo bien”, escribió.
Ella cerró los ojos y pasó saliva. Estaba al otro lado del mundo. Sus brazos colgaban inútiles, anhelando poder sostenerlo, sostener el peso de esas palabras para él.
Ya había perdido -solo por un punto- la posibilidad de estudiar el curso que quería y se había enterado justo el día que salió de casa.
Para comenzar su nueva vida, tuvo de lidiar con un engorroso papeleo y muchos desconocidos en una tierra casi extraña. Comenzar a estudiar en la universidad, adaptarse al idioma, a los estándares, a la ropa, a las personas.
A mitad de año, su corazón se rompió cuando la distancia le robó el calor del primer amor.
Y ahora otro sueño se hace añicos.
“Mantén tus ojos en las pequeñas cosas entonces, y confiaremos en Él para las cosas grandes”, escribe ella.
Hay muchas, muchas pequeñas cosas. Vivir con sus abuelos a quienes apenas conoce. Unirse a un club de ciclismo. Conocer a un gran grupo de chicos en Universidad. Tocar la batería en la iglesia. Nadar. Adaptarse al cambio. Liquorice cubierto de chocolate.
Tal vez Él sabe algo que nosotros no. Aunque duele y se siente como una pared de ladrillos tras otra, sus planes, no los nuestros, siempre son mejores.
Ella piensa en todo lo que ha pasado y se maravilla de la forma en que ha crecido, se enfrenta a los contratiempos y las angustias, se encuentra en poder de Aquel que sabe, que ve, que entiende, cuyos planes son mejores porque están cuidadosamente preparados para el futuro.
Ella se aferra a este versículo: “Porque sé los planes que tengo para ti”, declara el Señor, “planea prosperar y no lastimarte, planes para darte esperanza y un futuro”, Jeremías 29:11. Y está agradecida por pequeñas cosas, como el liquorice cubierto de chocolate.
Traducido por Sheila Lezcano