“Tiene que ponerse feo y sucio antes de que pueda volver a ser hermoso de nuevo”, dijo él mientras el polvo se asentaba a su alrededor. El tablero de yeso reposaba en montones alrededor de los restos huecos de la cocina. Los cables eléctricos colgaban del techo y los postes esqueléticos se asomaban expuestos a lo largo de la pared.
“Supongo que sí, esto es un desastre”, dijo ella.
“Esto es construcción para que lo sepas”, dijo él.
La crudeza de la escena coincidía con la que jugaba dentro de ella. Su mundo se hacía trizas, su hogar, su identidad.
“Ya no hay vuelta atrás ahora, ¿verdad?”, dijo ella.
“¿Quisieras que la hubiera?”
Miró los escombros e intentó imaginar la nueva cocina en su lugar. Algo fresco y nuevo, un enorme banco de isla en la que ella podía imaginarse revolviendo algo delicioso mientras charlaba con nuevos amigos sin rostro balanceándose en los taburetes.
“No”, respondió ella. “Sólo está desordenado”.
Desordenado e incómodo este comienzo otra vez. Es un despojo de las cosas que ella viste como ropa vieja. Se siente vulnerable y expuesta. ¿Cómo se verá en este nuevo lugar?, ¿qué va a hacer?, ¿quién va a ser?
Una cosa que ella sabe es que tiene un carpintero muy talentoso. Uno que conoce su diseño y su forma. Ella está impaciente, ella quiere apresurarse.
Yo hago todas las cosas hermosas en mi tiempo.
Ella le alcanza el martillo y lo invita a construir.
Traducido por Martha Bringas