Llega todos los días justo antes de las nueve. Su cabello fino cano destaca sus ojos azules que suelen arrugarse prontamente en los bordes externos. Masca chicle. Antes mascaba “PK Amarillo” y ahora “Extra” sin azúcar. Cada tira dividida exactamente por la mitad.
Se cambia y se pone su ropa de pintar, papel lija en su bolsillo de atrás, y cuidadosamente tiende telas de protección contra la pared, los rodapiés, o los marcos de las ventanas que hoy recibirán su atención. Pinta. Capa sobre capa. Rellena los vacíos y los huecos, lija hasta que queda liso y parejo. Tiene 75 años, pero sus expertos ojos no pierden detalle alguno.
Su presencia me calma. Sus diestros trazos me dan una sensación de paz de paz. Paramos para tomar un café. Siempre trae el suyo. Pero, de todos modos, le preparo uno. Las historias empiezan. Historias de hace muchos años. Nos reímos, a veces, hasta que las lágrimas ruedan.
Esta por pintar la ultima pared. Pero no quiero que acabe. Han pasado meses con su constantes presencia. Su buen humor llenando nuestro nuevo hogar. Todo ahora está acabado. La casa la ha trasformado.
Mi papá es el pintor. Hace unos meses se cayó y se rompió varias costillas. Está batallando cáncer. Y nunca, nunca, se queja a menos que empecemos a alborotarnos por él.
Me enseña como servir, como gozar de lo mundano y lo terrenal, como tener paciencia con asuntos difíciles. Se apresura en alentar, solo comparte su sabiduría cuando se lo pedimos ¡Y qué sabiduría la que tiene! ‘Oye Henk, ¿Qué te parece el marco? ‘Oye Henk, ¿Qué debemos hacer con los zócalos?’ ‘Oye Henk, ¿Cómo se hace el enyesado?’ No hay nada que no sepa.
Voy a extrañar estos encuentros cotidianos, esa fuerza estabilizadora en mi reencuentro con mundo tan desconcertante. Detecta y celebra cada pequeño logro y está ahí para alentar y animarnos mientras damos nuestros primeros pasos tentativos en nuestra vida aquí, tan diferente y nueva.
Él está ahí. Para el primer día de colegio de una hija, para el primer día de la universidad de la otra hija y para una visita al café donde esa misma hija tiene su primer empleo, y también para el hijo que recibe su primer sueldo. El está ahí para todo y todos. Esos ojos arrugaditos, bien entrenados y capaces, no se pierden nada. Y la inmensa gratitud llena mi corazón por mi papá, el pintor.
Traducido por Carenzi de Luchi