Con una mirada enfurecida, el ceño fruncido, ella irrumpió en la casa, creando un ambiente hostil con su mala actitud.
«¿Pero por qué? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué ahora? ¡Esto no lo voy a poder aguantar! ¡Ya ando muy estresada con solo tener que conducir hasta aquí! ¡No necesito otro problema más en mi agenda!».
El lugar de estacionamiento. Viviendo en un condominio de más de 200 departamentos, los autos deben compartir un mismo lugar dentro del estacionamiento, de acuerdo con el diseño del edificio. Luego de estar viviendo dos años con el lugar de atrás desocupado, llegó un nuevo inquilino con el que ahora tendríamos que compartirlo. Con las tardes ocupadas recogiendo a las chicas del colegio y las actividades deportivas, mi día a día se complicaría más al tener que coordinar a cada rato con la dueña del nuevo espacio, que también tiene su propia agenda diaria.
Él la mira con tristeza. «Tranquila, no te preocupes. Todo va a estar bien».
Una personita escucha todo, abrumada por la mala actitud de antes. Una carta aparece en su escritorio.
«Mamita querida, sé que estás estresada por lo del estacionamiento, pero todo va a estar bien. Tal vez eso pasó por una razón, Dios quiso que vengamos a Perú por una razón, así que tal vez debamos esperar y ver qué pasa.
» Sé que dijiste que lo mejor sería que ese lugar fuera solo para nosotros, pero… tal vez no. Así como cuando vinimos a Perú, pensé que lo mejor sería nunca haber venido, pero he hecho varios amigos aquí.
» Espero que esto te haya ayudado y si necesitas algo, aquí me tienes 😊. Te quiero. Elly».
¡Mi adorada hija! Esa actitud me conmovió. La actitud cambió. Su fe creció. Todo estaría bien. No siempre es fácil o agradable, pero ella sigue perseverando.
Se hizo amiga de la dueña del auto; ¡es una linda persona!
«Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada». Santiago 1:2-4 NVI
Traducido por Renzo Farfán